Los Exploradores: Libro 3 de La Orden: Contiene el relato Balas perdidas (Spanish Edition) by Kasia Bacon

Los Exploradores: Libro 3 de La Orden: Contiene el relato Balas perdidas (Spanish Edition) by Kasia Bacon

autor:Kasia Bacon
La lengua: spa
Format: azw3, epub
editor: The Order Universe
publicado: 2023-10-17T03:00:00+00:00


LOCHAN

Para gran alivio de Ervyn —que no se cortó en expresar en voz alta—, el comedor resultó ser el lugar más fresco de la fortaleza. Sus sólidos muros y suelos de piedra evitaban que el calor penetrara en el espacio diáfano y bien iluminado. Los techos eran altos y abovedados, con mesas de roble dispuestas en largas y ordenadas filas, que hacían que la sala, a pesar de los centenares de soldados en su interior, no pareciera demasiado abarrotada.

Cuando el primo de Ervyn y Hernan terminaron su turno de trabajo —agotados y más que hambrientos—se unieron a nosotros. En cuanto se sentaron, todos empezamos a engullir.

Habría que ser muy quisquilloso para quejarse de la comida. Yo, desde luego, no tuve ningún problema en zamparme una generosa ración de un crujiente ganso glaseado con naranja, con patatas al romero y remolacha.

Ervyn se burló de Verhan diciéndole algo de los gansos; la broma hizo que este último se pusiera colorado y echara humo por las orejas. El comentario debió de ser graciosísimo, pero, por desgracia, no entendí qué quería decir. Como Hernan tampoco parecía haberlo pillado, lo achaqué a la naturaleza privada de la broma y no a mi falta de dominio del dialecto de la montaña.

Las lenguas no salieron a pasear hasta que la comida —y dos púdines extra, en el caso de Ervyn— no fue más que un recuerdo. Verhan sacó de la nada una enorme jarra de sidra de pashija y nos sirvió un vaso a cada uno.

Los dos arqueros frente a nosotros no podían estar más pegados; eso solo hubiera sido posible si uno de ellos se hubiera subido al regazo del otro.

En algún momento, Ervyn también se había acercado más a mí y me había pasado un brazo por los hombros.

Lo miré arqueando la ceja del piercing; no porque me molestara —nada más lejos de la realidad—, sino porque disfrutaba del pequeño pinchazo de dolor que me producía el estiramiento de la piel alrededor de la barra curvada que la atravesaba.

Una vez desaparecida la comida, Verhan pareció recuperar sus dotes conversacionales.

—Ese abalorio es nuevo—me dijo en élfico común mientras me señalaba la ceja con un dedo acusador—. No lo tenías cuando te vi a mediodía.

Los ojos verdes de Hernan se abrieron como platos.

—¿Te ha dolido mucho? —me preguntó con un interés real.

Negué con la cabeza.

Verhan miró a su compañero.

—¿Te gustaría ponerte uno, amor?

—Tal vez —dijo el pelirrojo con las mejillas teñidas de rosa.

—¿Dónde se lo ha hecho? —le preguntó Verhan a su primo.

—No sabría decirte. Al norte del río, creo, en una calle larga y estrecha, repleta de tiendas lujosas —contestó Ervyn, que me miró, inseguro.

La topografía de la capital a veces era complicada incluso para los propios lugareños; ni que decir tiene lo difícil que podía llegar a ser para quien no estuviera familiarizado con su disposición. Por ello no me sorprendió que el sentido de la orientación de Ervyn —excelente en bosques y campo abierto— fallara un poco en aquel entorno.

—El callejón Makkahbian, en el barrio verde —le dije en un murmullo a Hernan, que era asirhwÿniano y lo entendería.



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